• Dice la RAE que la frustración es: Sentimiento de insatisfacción o fracaso. Decepción, desilusión, desengaño, desencanto, chasco, fiasco.

He fracasado en ser esa persona que quiero ser. La respuesta de cualquier terapeuta o amiga con un poco de criterio sería: la gestión de expectativas es imprescindible para no llevarnos decepciones absurdas.

¿Quién quieres ser? Una versión mejorada y evolucionada de ti misma o alguien, incluso varios álguienes que ves en las redes y cuya vida o cuerpo envidias porque crees que todo es mejor que lo tuyo.

Vivimos en la era de la frustración. Y el origen de esta plaga de frustración, está en el paradigma actual. Antes era lo veo, lo quiero, lo necesito. Pero veíamos una media de 50.000 imágenes menos al mes que ahora. Por lo que levantar barreras a dicho paradigma era más sencillo. Debemos asumir que la distribución masiva de imágenes ha evolucionado y va a más día tras día y para poner freno a la frustración hay que aprender a ver sin hacer.

O ver sin sentir.

O ver sin querer copiar.

O lo que es lo mismo, ver sin frustrarnos.

Ver sin comprar.

Ver sin pensar que lo que veo es mejor que lo que tengo.

Lo que veo: otro cuerpo, otra vida, otra ropa.

Lo que tengo: mi cuerpo, mi vida, mi ropa.

¿Cómo aprender a valorar mi ropa para dejar de frustrarme?

Haciéndola realmente mía.

Una prenda de ropa no es realmente tuya en el momento en el que la adquieres, sino en el momento en el que tu cerebro procesa un uso realista y continuado en el tiempo para dicha prenda. ¿Y eso cómo se consigue? Sacando la prenda del armario y pensando.

Pensar en si su patrón es el adecuado y si no lo es si sería posible adaptar la prenda a tu cuerpo con arreglos.

Pensar en los momentos de tu vida en los que sería correcto utilizar dicha prenda.

Pensar en posibles combinaciones para todos esos momentos combinándola con otras prendas del armario.

Empezando a utilizarla.

Un día, otro y otro más.

La zona de confort también existe para las prendas. No siempre es fácil empezar a utilizar una prenda por mucho que su compra fuese reflexiva. No siempre es fácil incorporarla a tu día a día. Pero es fundamental que hagas el esfuerzo para darle un uso suficiente, un uso emocionalmente sostenible. Un uso que te aporte momentos de seguridad y de sentirte a gusto y guapa con esa prenda, y un uso repetido el suficiente número de veces como para haber evitado la compra de otras prendas con un objetivo demasiado similar; vestirte todos los días.

El secreto para que todo esto suceda es empezar. Entender que los primeros días que utilices la prenda a lo mejor no te sientes 100% tú, incluso puede que los primeros días, no aguantes el día entero con la prenda puesta. No pasa nada, poco a poco, pero sin desfallecer. Y recuerda, una vez empieces, no dejes de usarla hasta que la hagas tuya. Al fin y al cabo, se trata de evitar que pase a formar parte de las prendas que te frustran.