Un lunes cualquiera, a las 10:00 de la mañana, hacemos repaso mental frente al ordenador. Muchos proyectos, demasiados. Da igual cuándo leas esto. Algunos requieren estrategia, pensar profundo, creatividad. Pero son ya las 10:00 de la mañana y en la bandeja de entrada los mails se acumulan y en el chat los reclamos suenan. Deberíamos dedicarle un rato a pensar para sacar esa idea adelante, pero no vemos cómo. Tenemos por delante una jornada de reuniones y videollamadas encadenadas. Para mitigar el estrés, respondemos a un correo electrónico, luego a otro, comentamos por el chat algún aspecto menor, nos conectamos a esa secuencia infernal e infinita de videollamadas, las horas pasan, se acaba el día. Ponemos alguna hora extra y nos vamos con la sensación de haber hecho un montón de cosas pero, a la vez, de que la lista de tareas y proyectos pendientes no avanza, solo crece.

El profesor de ciencia computacional y autor de libros como Un mundo sin e-mail o Minimalismo digital Cal Newport se refiere a esta situación crónica de los trabajadores de oficina como ‘pseudo-productividad’, «la creencia de que un buen trabajo requiere estar cada vez más ocupados: respuestas más rápidas a correos electrónicos y chats, más reuniones, más tareas, más horas». En su último libro, Slow productivity, propone una solución práctica a esta sobrecarga. Su solución, que nace de la certeza de que la dinámica actual impide producir trabajo relevante, es la ‘productividad lenta’. Una filosofía de organización del trabajo basada en tres pilares: hacer menos cosas, trabajar a un ritmo natural y obsesionarse con la calidad.