En estos últimos meses, he estado en contacto con el cuerpo de la mujer de una forma que hasta ahora desconocía: mi hermana acaba de ser mamá. He podido ver cómo crecía su cuerpo, herido por los medicamentos y los pinchazos, y he creído tocar el corazón de un bebé a través de la piel tersa de su tripa. Había momentos en los que me quedaba mirando absorta las partes amoratadas de su vientre, tratando de entender el baile cruel que en ocasiones se da entre la esperanza y el dolor, y quería abrazarla con fuerza, apretarla yo también contra mi vientre, como tantas veces hemos hecho. Pero su cuerpo ha sido durante casi nueve meses la gesta de un sueño, y la única manera que conozco de tratar los movimientos animales es con delicadeza.

Su voz era salvaje el día del parto, como lo es su voluntad y su cuidado por los otros. Estaba hermosa, aunque casi no podía abrir los ojos, y pude soplarle la nuca para aliviarle el calor y los pinchazos igual que lo hice con mi abuela en el hospital, uno de los últimos días, después de untarle el cuerpo con crema hidratante. Toda su figura se retorcía de una forma que nunca había visto. Le puse mi mano en la boca para que la mordiera y ella me devolvió el bocado que yo le di cuando éramos pequeñas y nos peleábamos. Poco después, ya en otra habitación, este nuevo amor que me ayuda a respirar mejor salió de entre sus piernas como si tuviera la misma prisa que tengo yo siempre por abrazarla. Así los vi algo más tarde, envueltos como dos raíces, como un tronco con su rama, con la sangre de las únicas guerras que se pueden vencer, con los mismos ojos que no le cambian desde que era una niña, y yo su muñeca, y ella hacía conmigo lo que mejor se le da: protegerme.

Ahora que ella vuelve a tener un cuerpo que es sólo suyo, he de aprender a conocerlo de otra forma. En los meses que vengan debe sanar, y creo que eso será bonito y difícil y seguramente menos visible y celebrado que su embarazo. Miro su tripa, mucho menos dura e inflamada, que ya nadie se acercará a acariciar esperando sentir algo. Y la imagino por dentro como el mar cuando se mece sin olas, fuera de peligro, y creo que la prefiero así. Dice que su cara está cansada, pero yo lo que veo en ella son las marcas del triunfo. Su pecho de pronto es fuente y alimento y sus manos siguen siendo exactamente iguales. Ella me pide que no le haga reír porque le duelen los puntos y me habla de suplementación y transfusiones y analíticas y cuando vuelvo a verla siento que toda la luz de la habitación está en su cuerpo sobreviviente. Dicen que las mujeres cambian cuando dan a luz, pero lo que yo siento es que mi hermana, por fin, ha vuelto.

Su cuerpo de ahora es lo más hermoso que he visto en mi vida. Y deseo que eso no se olvide. Que nadie la asuma, que nadie pase por alto su proeza. Que se sepa que cedió su forma para crear otra y lo hizo a través del daño y la belleza. Que no sea una anécdota. Que su cuerpo herido sea un recordatorio del que sentirse orgullosa toda la vida.